martes, 31 de diciembre de 2013

ella ya no estaba interesada

Martes 31-12-2013
16:16 Horas.

         - Querida Luna:

Ella esperaba la llamada, el mensaje, cualquier cosa que indicase que él.
Pero el mensaje no llegaba, la llamada no llegaba. Pese a saber que el hombre era un poco corto, pese a eso tenía la certeza de que la quería.
Y el hombre sí la quería. Sin embargo, no podía decírselo. Estaba totalmente coartado por su enfermedad mental. 
       ¿Qué es una enfermedad mental? No es más que una conducta que no da frutos. Como el árbol genealógico que para sanarse, repite conductas.
Desde antaño se conoce este hecho. Lo que no se resuelve, retorna de vuelta. 


     La falta de capacidad para cambiar la propia conducta. Repetir conductas es básicamente una sobreadaptación obsoleta en nuestros días. 

Ya no vivimos en cuevas, se supone que adaptarnos al cambio debería ser ahora más necesario que nunca. Es decir, adaptarnos a un cambio continuo, no adaptarnos y quedarnos en lo seguro, porque lo seguro ya no está. 

Lo seguro está muerto. Lo seguro es caduco y viejo. El miedo es caduco y viejo, pese a lo cual sigo repitiendo conductas. Ya no vivimos en cuevas.

Yo no salgo de casa. 

Muchos han dicho de mí que soy bipolar, en varios ámbitos y personas distintas. 

Sin embargo no es esa la etiqueta que me pusieron los médicos.

Catatónico. Soy propenso a quedarme en casa. A la inmovilidad. A ser dócil y quedarme donde me dicen que esté. Aunque a escondidas no hay quién me diga lo que debo hacer.

No soy bipolar, sino catatónico.

Mi infancia transcurrió en atmósferas extrañas, me infectó. Y ahora repito como un vampiro, a veces me he comparado a Dexter, el psicópata bueno. Alguien que sigue fielmente un ritual, en el que tal vez no mata a personas. En mi caso mato amores. Todavía no. Todavía no...

Todavía no me he rendido a mi suerte, pero falta poco. Incapaz de amar. Toda la vida. ¿Algún día seré capaz de amar? 

Éste día es el adecuado para hacerse esa pregunta. Sí que amo. Pero como un acto prefijado, mato el amor.

No quiero más. Siempre el mismo ritual, hasta dejarlo todo limpio, tal como estaba, sin dejar ningún rastro. Pero hay un amor menos. Solamente eso. Falta el amor. Nunca llega demasiado lejos. 

En unas fiestas en las que se celebra la venida de alguien con la promesa de la esperanza, yo ya no tengo esa esperanza. Mi corazón está cerrado. 

No puedo recordar... re (volver a pasar por), cordare (por el corazón). No puedo recordar, quién soy. Es decir no puedo volver a mi corazón. 

Es el corazón quienes somos.

Estoy abocado a repetir conductas. Como asesino en serie, lo que hago es matar al amor. ¿No resulta demasiado repetitivo? 

No se trata de no tener huevos, aunque procede la duda. Pero es más acertado preguntarse si lo que me falta es coraje. Eso es más acertado. Siento que mi corazón es incapaz de crear una conducta nueva.

Lo peor.

Me gustaría volver a ser un niño. Ser protegido. Pero el momento presente me deja, como caído del cielo, una situación en la que esos recuerdos no están. Volver a jugar.

         De repente me encuentro en una situación que yo no busco. La de valerme por mí mismo. Y ni siquiera sé cómo he llegado aquí. Igual que sé que yo no juego.

Tal vez a esto se refieran cuando se trata de dar un salto de fe.

Sin embargo, yo no sé nada de amor. Yo no sé apenas de responsabilidad. Pues pocas veces he tenido la entera responsabilidad de mí mismo. Más concreto sería decir que pocas veces he recordado quién soy.

Sí, he molestado lo menos posible, y he hecho lo que me decían. Pero no he recordado quién soy. No he utilizado el corazón. Ahora mi corazón está frío. 

Pese que gracias a las decisiones que mi familia me ha ayudado a tomar... no puedo echarme atrás. Pero ellos no se pueden meter en mi mundo afectivo.

Ahí solamente puedo entrar yo. Y el panorama es desértico. Una fría y desierta gruta, abandonada, o nunca habitada. Tan solamente las cucarachas serían capaces de vivir en semejante sitio. Un corazón frío y vacío.

Cuando digo que no salgo de casa, es que no salgo de casa. Por lo menos la cabezonería no me la saca nadie.

Será por cabezón. Que no salgo.

         La catatonia pasa factura.









viernes, 27 de diciembre de 2013

gracia, genio y filosofía.

Viernes 27-12-2013
20:27 Horas.


          Querida Luna:

Se supone que haciendo una actividad un determinado número de horas, se llega a la excelencia. Esto no tiene porqué ser así. La realidad es que de esa forma se puede lograr mucho. Pero lo que hace a la excelencia, aparte de la práctica, es la gracia.

Ya dijo, quién fuese, que si me pilla la inspiración, que me pille trabajando. Pero que me pille trabajado no es la cúspide de la montaña, lo es la inspiración. A mí me gusta llamarla la gracia. Algo que viene de lo alto y te toca. Y te eleva.

Desde luego todo esto de la gracia, no creo que haya estudios sobre ello, y si los hay no sé qué parámetros usan para medir la excelencia. Yo pienso que solamente pueden medir lo que es la excelencia en el sentido de que después de un determinado número de horas de prácticas... se consigue.

Sin embargo, en realidad después de un número determinado de horas, tal vez no aparezca la gracia. O puede que aparezca antes. O no se presente nunca. 

Eso es cosa de Dios.

Y es el eterno debate entre la escuela del despertar súbito o el paulatino. Acumular méritos es bueno, y necesario. Pero la gracia de la iluminación solamente viene de arriba. Pese a lo cual el trabajo o la práctica constantes, hacen al maestro. Si bien no hacen al genio. Puede que se acerquen mucho.

Después de todo ¿Qué importa? Lo difícil es aceptar que si hemos nacido como si fuésemos una célula del cerebro, eso está muy bien.

 Pero si nacemos como la célula, pongamos, de un pelo del culo, tiene que estar igualmente bien. Esta idea sí que sé quién la dijo, Emilio Duró. Será por citas.

Cada persona podría aceptar su destino sin cuestionarlo. Pese a que lo innato en el hombre es cuestionar las cosas. Sobre todo si se tiene tiempo para ello y no solamente se tiene tiempo para trabajar y procrear. Por muy necesario que sea esto también.

Así que si alguien piensa dedicarse a la filosofía, más le vale tener un tonel en el que cobijarse. Y tener mucho tiempo libre. Pensar es un privilegio que solamente unos pocos en el planeta se pueden permitir el lujo. 

          Consecuencias de tener toneles superchulos:

        La sociedad «civilizada» que se permite los excesos y hace pagar sus burradas al llamado tercer mundo; en forma de basura y desechos tóxicos, o equipos informáticos obsoletos y rotos. Además de ser objeto de numerosas guerras, que solamente benefician a los países ricos en última instancia.

Después nos extrañamos de que estén quitando de la universidad carreras como la filosofía y la antropología. Parece que nos quieren hacer parte de un engranaje muy bien engrasado, para la producción y el consumo. 

Si es por mí, yo me bajo del carro. Me apetece bajarme del carro. Tal vez no pueda. Tengo que cubrir mis necesidades. Pero ¿Qué necesidades son las verdaderamente necesarias? Esa es una buena pregunta para resolver de modo filosófico.







diario de unas manos que sudan

Viernes 27-12-2013
19:23 Horas.

          Querida Luna:

El café corre por mis venas, como una adicción más no está mal. Duermo con mucha facilidad. Tal vez por eso puedo «arriesgarme» a tomar dos tazas de café. Yo diría que el café me sienta bien. Sin embargo sería incapaz de tomarlo al pensar que tengo que salir para hacer la compra.

La compra. Siento que en determinados lugares, me siento expuesto. Sea por lo que sea, por miedo o recuerdos que afloran, la línea de caja me parece como una fila con un único destino, un reconocimiento de mi propia existencia. Además, por alguien que ni siquiera conozco, el cajero o la cajera.

Ya digo que no sé porqué nefasta alquimia, el cajero o la cajera me producen un malestar muy grande. Puesto que es en ese único punto, al ir a pagar lo comprado, cuando no puedo evitrar el pasar junto a alguien.

Lo recuerdo todavía, el no saber qué decir. El sudor frío en las manos. El terror al vacío, a parecer tonto, a que se notase, que no tenía ni idea de cómo presentarme a mí mismo ante otra persona. 

       Tal vez omitía que en ocasiones no hace falta una presentación. Que las cosas son más fáciles. Pero nadie me lo explicó.

Yo como niño, pensaba que pasar por caja era importante. Nadie me había hablado de la importancia del dinero. Pero tal vez porque lo teníamos todo, sin tener nada. 

     Entonces, era mucho más consciente de que el hecho de pagar, normalmente frente a una cajera, o dependienta de una tienda. 

     Los pequeños comercios de barrio eran una tortura para mí. 

     Todo conjuraba para hacerme consciente de que no tenía los recursos necesarios para comenzar una conversación.

Era en los puntos de caja donde observaba con más claridad cómo mis padres. Sobre todo mi madre, con una facilidad pasmosa, hilaba palabra tras palabra. Palabras. Palabras, palabras que se negaban a salir de mi boca. Yo era mudo.

Y mi mudez era algo que nunca supe por qué siempre pasó desapercibida. Siempre se me pidió que cumpliese con las tareas de hacer la compra, como cualquiera de mis hermanos. ¿Quién no tiene que acercarse alguna vez al pueblo para hacer una compra de última hora?

Y era en esas compras, frente a semi-desconocidos, que afloraban mis miedos. La palabra no acudía a mi boca. Solamente podía asistir a mi propio malestar, que iba creciendo mientras más tiempo estaba allí parado.

A veces aparentaba estar mirando distraído los productos de alimentación de la tienda. Pues después de todo yo solamente era un niño. Sin embargo, era muy consciente de mi estancia en aquel lugar. Muy autoconsciente.

No podía olvidar que «yo», estaba «allí». Sobre todo, no podía eludir el hecho, de que «yo», tenía que decir «algo». Nunca nadie me explicó que ante cualquier circunstancia, con ser medianamente educado se podía salir del paso.

No mis padres, desde luego. Ellos nunca pensaron. Tuvieron que pasar décadas antes de que una psicóloga me hablase de que ante una reunión de desconocidos, las conversaciones son de lo más tontas. Que no tiene mucha importancia lo que se diga, y que la simple educación basta. 

Que las frases hechas están para suplir esas circunstancias. Y que si mis padres eran muy prolíficos cuando se cruzaban con cualquiera para sacar su vena social, y ponerse a hablar, con quién fuese, eso era cosa de ellos. Que para hacer la fila en una cola. No se necesita más que la más simple educación.

Todavía mi corazón se vuelve negro, cuando recuerdo los sudores de no saber qué decir, delante de la dependienta, como cuando tan solo era un niño. Que no sabía hablar

        Con mis manos, el miedo. Durante años, hasta mucho después.






domingo, 8 de diciembre de 2013

arañas y desierto

La gruta era fresca y oscura. Me moví hacia dentro de ese espacio, húmedo, que fue excavado en la roca por anteriores oleadas procedentes de un mar interior que ya no está. Hace ya miles de años, que no hay ningún mar allí. 

      Y hace miles de años que nadie entraba en esa gruta. Salvo las arañas. Y un poco de briznas de hierba en la entrada. La hierba no me importaba. Pero las arañas...

Odio las arañas, pese a lo cual las considero augurio de buena suerte. Mientras no sean más grandes que mi mano y no me piquen. Arañas.

Esto no va de Spiderman ni de nada parecido. Esto va de tener que refugiarme del aplastante sol del desierto, para no quemarme por enésima vez. Mi piel ya no lo soporta. Pero hay que ver si hay arañas. O alguna otra cosa peor. No soy el único que transita por este desierto.

Qué irónico que hace tal vez muchos miles de años esto estuviese en contacto con el agua de un mar. Un mar que ya no existe. Me repito, ¿no es cierto? Siempre las mismas historias.

Ahora lo que tengo que procurarme es un fuego para terminar de sentirme seguro. El fuego.

Todavía me estremezco al recordar la pira en la que me quemaron, o por lo menos lo intentaron, hasta que me rescató mi grupo. Fue increible lo horrible que puede resultar quemarse vivo. Y yo solamente lo vi venir. Solamente unas llamaradas me lastimaron los pies, tengo las marcas. Y la insensibilidad en las piernas. 

Je, je, si me picara una araña en un pie, apenas lo notaría. Sucias y apestosas telas de araña.

         Y ahora estoy sólo, mi grupo se disolvió. Solamente yo quise cruzar este desierto de sal. La sal quema, refleja los rayos del sol que tuesta la piel hasta resecarla. ¡Ja!, ya nada puede resecar más mi piel.

          Pero las arañas, ellas transitan entre mundos. Son capaces de hacer llover, lo cual se agradece. Solamente cuando ellas quieren. "Se siente, pringao". Pero con sus telas se llevan los malos sueños. Qué lastima que...
    
          Que puedan inocular su veneno con un solo picotazo de esas tenacillas que tienen por boca. ¿No os habéis quedado fascinados al observar sus ojos? ¡No parecen ser de AQUÍ !